The governments of Cristina Kirchner and Mauricio Macri have sown cracks in Argentina’s social and political foundation. — illustrations by Jordan Sellergren

Viviendo en la grieta: Desde la perspectiva de un escritor argentino

Argentina vive un momento de fractura social. Esta división de la sociedad viene de una particular confrontación histórica entre nuestras versiones de la derecha y de la izquierda. En 1946, el general Juan Domingo Perón, esposo de la internacionalmente famosa Evita, llegó al poder por elecciones populares. Era un militar, que había recorrido Europa y había absorbido las influencias de los dictadores de Italia, Alemania y España.

Perón adaptó este conocimiento a una particular teoría política que sería difícil de resumir en pocas líneas. La denominó Peronismo y la basó en la expansión de los derechos civiles (reguló las horas de trabajo, las vacaciones, instauró la obligación de los empleadores de pagar una bonificación al final del año llamado aguinaldo, abrió la posibilidad de votar a las mujeres y legalizó la prostitución y el divorcio) con el precio de la reducción de las libertades individuales de todo aquel que pensara diferente a la línea de instrucción de su líder. Glorificó su figura y la de su esposa nombrando parques y ciudades con su nombre, cambió los libros escolares para niños y aparecía junto a su esposa en ellos y basó la filosofía de su política en el culto de su personalidad.

Esta tradición ha pasado como una llama votiva de mano en mano a varias generaciones de políticos que aún se identifican con este líder. Los últimos auto-proclamados representantes de esta tradición política fueron los Kirchner, Cristina y Néstor, quienes adaptaron de alguna manera el manual de instrucciones peronista a la situación del país en el comienzo del siglo XXI. Los esposos Kirchner fueron ambos presidentes, Néstor de 2003 a 2007 y Cristina de 2007 a 2015. Del otro lado de la grieta, un nuevo partido creado por Mauricio Macri llamado PRO (Propuesta Republicana). Macri, quien fue elegido presidente en 2015, es el hijo de uno de los empresarios más grandes de la Argentina y un representante de la política corporativa. Un hombre de una riqueza incalculable y que jamás ha ido a una escuela u hospital públicos y nunca se movido en transporte público. Cree en la privatización de las compañías nacionales y el libre comercio, la apertura de la Argentina a la economía mundial y, básicamente, la destrucción del concepto de lo público basado en la educación gratuita, un sistema de salud universal y el apoyo a las artes y la cultura.

Durante el gobierno de Cristina Kirchner, fogueó la grieta entre los que la apoyaban y los que no. Se enemistó con la prensa, no dio entrevistas públicas y manejó la economía con una discreción que generó alta inflación, varios cambios de moneda paralelos y benefició a sus allegados con una escalada de la corrupción en las esferas estatales. Esta división, esta grieta fue radicalizada por el nuevo presidente Mauricio Macri al hacer hincapié en la corrupción del legado de Kirchner y sus aliados.

La sociedad es impulsada desde el discurso público a tomar partido por uno de los lados y la gente ha perdido la capacidad de debatir. Todo se transforma en una batalla campal entre los que creen una versión de la verdad o la opuesta. Las familias se dividen, los amigos dejan de hablarse, la gente borra de sus redes sociales a los que no piensan igual. Como votante del Partido Obrero, me siento parado en el medio de la grieta, en el abismo. Mi única esperanza es que se llegue a una solución como consecuencia de esta guerra civil fría. La democracia se mueve de forma dialéctica y una síntesis debería tomar forma. En palabras de Leonard Cohen: “Hay una grieta en todo. Así es como entra la luz.”

Living inside the breach: An Argentinian writer’s perspective

Argentina is living in a moment of social fracture. This division in society comes from a particular historical confrontation between our version of the Right and the Left. In 1946, General Juan Domingo Perón, the husband of the internationally famous Evita, came to power in a popular election. He was a military man, who had traveled Europe and absorbed some of the influences of the dictators in Italy, Spain and Germany.

Perón adapted this knowledge to a particular political theory that would be very hard to summarize in a few sentences. He named it Peronism, and he based it on an expansion of civil rights (he regulated weekly working hours and holidays; made it obligatory for employers to pay a so-called aguinaldo, an end-of-the-year bonus; gave women the ability to vote; and legalized prostitution and divorce). The price tag was a reduction of freedom of expression for anyone who wouldn’t agree with the leader’s line of thought. He glorified himself and his wife, giving cities and parks his own name; changed children’s textbooks to portray himself; and based the philosophy of his politics on a cult of personality.

This tradition has been passed on like a flame through many generations of politicians who still identify with this leader. The last self-proclaimed representatives of this political tradition were the Kirchners, Cristina and Néstor, who somehow adapted the Peronist manual of instructions to the world situation at the beginning of the 21st century. Both Kirchners held the presidency, Néstor from 2003 to 2007 and Cristina from 2007 to 2015. On the other side, there’s a new party created by Mauricio Macri, called PRO (Republican Proposal). Macri, who became president in 2015, is the son of one of the biggest corporation owners in Argentina, and a representative of corporative politics. He’s a man whose wealth is gigantic, and who has never attended public schools or hospitals, or even used public transportation. He believes in privatizing national companies, and in free commerce, the opening of Argentina into the world economy, and, basically, the destruction of the idea of free public education, universal health care and support for the arts and culture.

During the government of Cristina Kirchner, she fueled a breach between the ones who believed in her and the ones who were against her. She became an enemy of the press, didn’t do public interviews and managed the economy in an informal way, causing high inflation and the creation of many parallel currency exchanges. She benefited her loyal friends — and corruption escalated. This division, this crack, has been radicalized by Mauricio Macri’s presidency, by emphasizing the corruption of Kirchner’s allies and partners.

Society is pushed by the public discourse to take a side, and people have lost the ability to debate: it all turns into big fights about whether you believe one version of the truth or the opposite. Families split up, friends stop talking to each other and people delete supporters of the opposite party on their social networks. I’m a voter for the Workers’ Party (Partido Obrero), so I feel I’m in the middle of the breach, inside the abyss. My only hope is that a solution will come as a consequence of this cold civil war. Democracy moves dialectically, and a synthesis should take shape. In the words of Leonard Cohen: “There is a crack in everything. That’s how the light gets in.”

Santiago Giralt is a writer, filmmaker, playwright and actor from Argentina, currently in the International Writing Program. This article was originally published in Little Village issue 231.

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