
Even the most primitive of societies have an innate respect for the insane. —Francis Ford Coppola, Rumble Fish (1983)
Al final se preguntó: ¿a quién pertenece esta ciudad llamada Iowa City? La pregunta le vino luego de tantas caminatas, y muchos paseos en bicicleta por las calles de la ciudad (College St., Market St., Debuque St., Muscatine Ave., Sheridan Ave., Summit St.). Pero ¿acaso esta ciudad no le pertenece a ese conjunto de individuos que a diario pululan por las calles, ocupando bancas, veredas, paredes, intersecciones, y hasta pequeños espacios libres al costado del depósito de basura? ¿No eran acaso ellos los verdaderos dueños y amos de esta ciudad poblada de estudiantes universitarios, oficinistas, escritores, burócratas, comerciantes, todos ellos encerrados la mayor parte de su tiempo dentro de cuatro paredes?
Algunos de los “dueños” solo piden una moneda al transeúnte apurado y distraído. Otros solo sueltan una canción con su guitarra o su saxofón. También están los que se recuestan en una banca o sobre un cartón tendido en el suelo, y concilian el sueño sin mucha dificultad en medio del ajetreo de la ciudad. Por último están los que solo vagan por las calles sin rumbo fijo, y siempre mirando el piso o el horizonte, tal vez guiados por una ilusión, un deseo, una imagen.
Si él intentara describirlos diría que ellos son una mezcla de sencillez y vulnerabilidad, pero a la vez inconformidad y rebeldía. Son individuos que se resisten a vender su tiempo a cambio de un sofá y una sopa caliente. Pues ellos consideran que la ciudad vale más que todo ello, y cualquier otra fortuna parecida.
Pero él se equivoca cuando afirma que todos ellos ejercen un dominio absoluto sobre la ciudad. Pues en lugar de ello lo que existe es un pacto implícito que consiste en lo siguiente: si bien todos están distribuidos en diferentes partes de la ciudad, no todos están presentes al mismo tiempo. Por el contrario van alternando el señorío de la ciudad según la posición del sol y la luna, la intensidad del calor y el frío, y la dirección desde la que sopla el viento.
Todo esto para él es muy misterioso y confuso porque le cuesta diferenciar unas cosas de otras (la idea de pactos implícitos, el hecho que exista una propiedad que no sea absoluta, el disfrutar de la ciudad según la posición del sol o la luna, etc.). Tal vez esta confusión se deba al hecho de que él también forma parte de esta extraña casta de individuos denominada los dueños de la ciudad.
This article was originally published in Little Village issue 289.