
Cuando le pregunté, «¿Cómo ves todo lo que está pasando en Colombia con lo de las protestas?» La respuesta de Juan Carlos fue: «Me da mucha tristeza, indignación e impotencia».
Juan Carlos Díaz Ortiz, 40 años, es de Bogotá (Colombia), y desde el año 2019 vive en Iowa City. Lo que lo trajo a estas tierras del Midwest Americano fue estudiar el programa de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Iowa, el mismo que acaba de concluir hace poco.
La tristeza e impotencia que menciona Juan Carlos tiene que ver con cómo él vive las protestas sociales que comenzaron a finales de abril (y aún continúan mientras escribo esta columna) en su país, estando él muy lejos, a más de mil millas de distancia de su gente.
«Me gustaría estar allá para también salir a las calles a protestar», agrega Juan Carlos. Y su deseo no es menor, si tenemos en cuenta los elevados casos de abuso policial que se vienen cometiendo contra aquellas personas (la mayoría) que salen a la calle a protestar de manera pacífica. Hablamos desde detenciones arbitrarias hasta homicidios, agresiones sexuales, daños oculares a las personas, desapariciones forzadas, o uso indebido de armas de fuego. Todo esto cometido por agentes policiales. Y, lo más reprochable, es que tales arbitrariedades cuentan con el respaldo del presidente de ese país, Iván Duque, y su partido político (Centro Democrático).
Sobre el uso sin límites ni parámetros de las armas, especialmente, sobre la población civil, el poeta peruano César Vallejo en un libro póstumo señaló: «Un hombre cuyo nivel de cultura — hablo de la cultura basada en la idea y la práctica de la justicia, que es la única verdadera — un hombre, digo, cuyo nivel de cultura está por debajo del esfuerzo creador que supone la invención de un fusil, no tiene derecho a usarlo» (Contra el secreto profesional). Dicha reflexión de Vallejo, hoy, tiene mucho sentido para el caso de Colombia, y debería entenderse como un alto y un basta, a: la brutalidad policial, la desidia del gobierno, el discurso de “ley y orden,” la criminalización de la protesta.
Tristeza, indignación, impotencia. Sí. Y bastante comprensible y justificado. Al mismo tiempo hay que decir que estas protestas, las cuales buscan mejorar las condiciones de vida del pueblo colombiano, han recibido el apoyo y la solidaridad desde distintas partes del mundo. Tal si fueran todas las voces de hombres y mujeres de la tierra que hoy abrazan a Colombia.
This article was originally published in Little Village issue 295.